“El valor de las cosas”
A lo largo de la historia la humanidad ha ido evolucionando la forma de valorar los elementos del entorno, hecho que va indisolublemente ligado a nuestra percepción de los objetos, lo que hay, y que condiciona la acción del ser humano, enlazando con Ludwing von Mises y la corriente de pensamiento de la escuela austriaca del s. XX.
En los inicios se valoraba el objeto por la utilidad que tenía para la supervivencia, las primeras armas creadas con silex, tuvieron gran éxito en el mercado de su tiempo, como si estuviéramos lanzando un producto en la época actual, gracias a que nos permitían cazar, alimentarnos con carne y hacer los primeros asados gracias al descubrimiento del fuego. La piedra en sí no tenía ningún valor, sino que este era conferido de forma subjetivo por el que interactuaba con ella.
Ya pasado mucho tiempo y con el avance del conocimiento de las materias que conforman el medio, se valoraron los objetos en base a sus propiedades físicas, las cuales permitían conocer que utilidad se podía obtener de esos elementos. Las personas le conferían un valor en base a la mayor o menor aportación que como medio aportaba para obtener un fin, en el más amplio sentido del término.
El valor que cada persona daba a un objeto era el que servía como elemento de medida a la hora de intercambiar un objeto por otro, se intercambiaban en base el valor que poseían para cada uno, no en base a su peso y propiedades o en base al tiempo y trabajo humano empleado en la obtención del mismo. Cá en Guiné-Bissau en algunos puntos podemos encontrar ejemplo de esto, que emplean el papel moneda por no encontrarse en la misma ubicación física los elementos que intervienen, así una persona que ha obtenido cuatro mangos con el empleo de una vara en la Rua de Santa Luizia los cambia por 500 francos CFA en la venta ambulante al lado del Arezki y después se desplaza a Bandim y comprar 4 pescados que denominan “ventaninha”, si se introducen otros elementos como el tiempo empleado en la obtención y el trasporte, el intercambio no se llevaría a cabo, los que intercambian valoran uno que su objetivo es comer fruta y el otro que su objetivo es comer pescado. Y algo similar podemos encontrar en la economía de autoconsumo que se da entre otros sitios en Galiza, al kilo de patatas que se obtiene de una huerta para valorarlo lo se introducen elementos como el trabajo empleado en su obtención sino que se valora en base a la calidad obtenida por haber hecho un seguimiento de todo el proceso y que para su degustación no es preciso desminuir en exceso la renta familiar, basta con comprar una olla, agua y sal, y ya tenemos unas patatas cocidas.
Con el surgir de las monedas como elemento de intercambio, estos si hicieron más ágiles y aumentaron en número, ya no era preciso ir cargando de un sitio a otro con las mercancías para intercambiar, sino que bastaba con llevar unos elementos de metal que de acuerdo con su peso y propiedades físicas tenía un valor, dado de forma subjetiva y consensuado colectivamente, que se apoyaba en un objeto existente con una sustancia primaria y unas secundarias como distinguía Aristóteles.
La cosa siguió avanzando y se pasó de darle un valor a un objeto en base a sus propiedades físicas y su utilidad, a consensuar que dicho elemento tenía un valor, a que el conjunto de mentes subjetivas estaban de acuerdo en usar un papel como moneda de intercambio, el valor no estaba en el papel dibujado, sino en un acuerdo sobre su valor. Claro si este papel se deteriora y se rompe, vuelve a su valor inicial como papel, substancia primaria, con distintos colores, textura, olor,… substancias secundarias.
Pero si siguió avanzando, y se pasó de que para realizar intercambios estábamos de acuerdo en intercambiar unas monedas en papel a unas anotaciones bancarias, que figuran en un disco duro de algún servidor a las que podemos acceder por Internet o través de cajeros automáticos o a través de las entidades financieras, así uno llega a una tienda recoge una serie de bienes de un mostrador que considera que tienen el valor necesario para el fin o uso que les dará con objeto de realizar una acción y con un elemento fabricado con plástico que entrega a la persona encargada del cobro realiza el intercambio correspondiente.
Obviamente en los párrafos anteriores falta rigor científico, siendo unas meras reflexiones, con el objeto de constatar de alguna forma que se ha avanzado a que las cosas tengan un valor cada vez menos apoyado en las propiedades del objeto y más en un valor subjetivo, inducido a nivel de intercambios por los que ordenan el sector financiero y a nivel de discriminación entre un objeto u otro por la publicidad y los medios de comunicación. Así por ejemplo cá en Bissau, como en casi todo el mundo, se le da gran importancia a la imagen, unos pendientes hechos en china a imitación de unos que aparecían en un número de Vogue, son más valorados que los originales ya que en ese valor subjetivo se incluye todo el imaginario de belleza, riqueza y bienestar; así antes dos juegos de pendientes en apariencia iguales, vistos a un metro de distancia, un gran porcentaje optará por el de menor valor real y mayor valor ficticio. El tema que aparece en la segunda mitad del siglo XX referente a la crisis de valores de occidente es en el fondo la pérdida del valor de los elementos tangibles en sustitución de elementos ficticios, y que al ser cada vez más difícil mantener esa ficción pueden provocar crisis financieras que impliquen verdaderos reajustes y una vuelta a valorar a las cosas por lo que valen de acuerdo a sus propiedades, entorno y fin para el que son destinadas.
Así que recuperando una fase célebre de la película “Airbag” – Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, las cosas como son-
Bissau, 24 de marzo de 2011
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